Las pandemias son fenómenos sociológicos
Resumen
Una pandemia es un fenómeno multivariado, como gran parte de la realidad. Sin embargo, dentro de dicha complejidad una pandemia involucra fundamentalmente comportamientos sociales. Si bien el agente desencadenante de la infección suele ser un virus, las lógicas del contagio son determinadas por lo que hacen los seres humanos (desplazamientos, contactos, cuidados, etc.). Ello significa que la dimensión central para comprender y confrontar una pandemia (y muy en especial mientras no existen formas de intervenir biológicamente, como tratamientos o vacunas) se vincula a los comportamientos sociales.
Estos comportamientos se encuentran determinados por las representaciones colectivas, sean estas de carácter consciente (afectadas por la información aceptada y reconocida), menos consciente (afectadas por las reacciones emocionales y afectivas) o incluso éticas y morales (afectadas por unos u otros valores como prioridad, como ser la vida, el confort, la propiedad, la salud, la integridad psíquica, entre otros).
En estas tres dimensiones se suelen jugar las respuestas que una sociedad logra articular frente a una pandemia, y así ocurre también en relación al COVID-19.
En este siglo XXI, las tres dimensiones se encuentran en una situación problemática. Vivimos una época de inusitado relativismo epistemológico y moral que pone en cuestión tanto cualquier información obtenida por la ciencia como los paradigmas éticos que han guiado a las distintas comunidades a través de la historia. Las teorías conspirativas, las fake news y el desvanecimiento creciente de la necesidad de demostración han puesto en pie de igualdad a los avances científicos con cualquier especulación marginal, obstaculizando el primer nivel que incide en las representaciones colectivas: la dimensión cognitiva.
Por otra parte, las abruptas transformaciones de la vida cotidiana a las que conducen las necesarias medidas de aislamiento y la disrupción generada por el peligro al que se expone la propia vida o la de los seres queridos ante el surgimiento de un virus novedoso (o cualquier otro evento traumático) movilizan estrategias de negación y proyección que, incidiendo en las dimensiones emocionales, constituyen importantes obstáculos para implementar los comportamientos necesarios de cuidado. Articulados con las dimensiones cognitivas, estas lógicas de negación y proyección pueden implicar graves peligros, tanto para la eficacia de las decisiones sanitarias como por los niveles de violencia que pueden generar, como intentos de transferir las frustraciones, enojos y miedos contra fracciones específicas de población, proyectando el odio y conductas asociadas al mismo.
Por último, el creciente desvanecimiento de los lazos sociales en países con desigualdades crecientes, que han condenado a importantes sectores a la exclusión y marginalidad, inciden en la profunda dificultad para consensuar principios de resguardo de la comunidad, basados en la prioridad de la vida por sobre el confort o la propiedad o en la necesidad de construir respuestas colectivas para enfrentar los infortunios o las catástrofes.
El riesgo de las miradas biomédicas es que, centradas en el elemento biológico del fenómeno pandémico (las características del virus, los avances en los tratamientos, la investigación de las vacunas, el pertrechamiento material de los sistemas sanitarios) terminen, como ha ocurrido en numerosas enfermedades, descuidando la dimensión de mayor impacto: los comportamientos sociales y las representaciones que los determinan.
La capacidad sanitaria tiene siempre un horizonte finito (determinado muchas veces por el recurso humano, que no resulta escalable). Siendo que el contagio ocurre a través de los comportamientos sociales, se requiere investigar las formas de incidir en dichos comportamientos, desde las campañas de reducción de daños hasta las estrategias de rastreo y aislamiento, desde las políticas de promoción e información hasta las estrategias que se propongan desarmar las formas de negación y proyección, desde la reconstrucción del tejido comunitario hasta la definición de medidas para priorizar la vida de todos por sobre el interés de algunos.
Max Weber, uno de los padres de la sociología, planteaba en el primer tomo de Economía y sociedad que el eje de la disciplina radicaba en “la captación de la conexión de sentido de la acción social”.
Una pandemia se salda en los modos en que una sociedad puede construir el sentido de aquello que está viviendo y, desde allí, plantearse las acciones para enfrentarlo. Paradójicamente, dicho proceso no es biológico, no está determinado por el virus ni por sus características y no se resuelve con químicos, intervenciones quirúrgicas ni vacunas sino que constituye el corazón del estudio de las prácticas sociales.
No estamos en guerra contra un virus invisible porque los virus no cuentan con subjetividad ni con intenciones. Los virus no tienen una percepción de sí mismos ni la posibilidad de planificar acciones (aunque muchas veces los antropoformizamos y, de modo animista, creemos que sí lo hacen). Somos los seres humanos los que transmitimos este virus y somos los seres humanos quienes podemos cambiar nuestro comportamiento en una dirección de cuidado. Pero, para ello, debemos comprender que las pandemias son fenómenos sociales y apostar a disputar el sentido y las representaciones que construimos sobre los mismos.